Nombre: Salvador Canjura
Ocupación: informático
Edad: 43 años
En enero de 1992 yo trabajaba en la sucursal del centro del Banco Hipotecario, ubicada donde ahora se encuentra la Biblioteca Nacional. El día de la firma del Acuerdo de Chapultepec era asueto nacional, pero como tenía mucho trabajo pendiente fui a la oficina. Llegué  antes de las ocho de la mañana. Había dos personas más trabajando conmigo.Pasamos la mañana absorbidos en el trabajo y no nos dimos cuenta de lo que sucedía en el mundo exterior. Cerca del mediodía, uno de los vigilantes llegó a nuestra oficina y nos dijo: “¿Ya se dieron cuenta de toda la gente que hay afuera?”. No sabíamos de qué estaba hablando. Seguimos al vigilante a la terraza y al llegar ahí me llevé una de las mayores sorpresas de mi vida: la plaza cívica estaba llena de personas, y la mayoría de ellas vestía camisas o pañoletas rojas. Enormes mantas rojas colgaban de las fachadas de Catedral y del Palacio Nacional.Mi primer pensamiento fue: ¿a qué horas vino toda esta gente? Mis compañeros y yo estábamos muy sorprendidos. Vimos que se preparaba una tarima que más tarde se utilizaría para los discursos y las presentaciones artísticas. Lo que más me llamaba la atención era la efervescencia, la alegría colectiva de las personas que desafiaban al gobierno y que mostraban sin reservas sus preferencias políticas. Pero también había personas que llegaron a ganarse el salario del día: en una esquina del parque, un artista callejero hacía bailar un trompo gigantesco sobre un lazo grueso que sostenía a la altura de su cabeza. La gente se acercó a mirarlo y le obsequiaron algunas monedas.Decidimos dejar el trabajo y marcharnos a casa. Cuando salí por la puerta que da a la segunda avenida sur encontré a un hombre con pañoleta roja que brindaba seguridad en el perímetro y que se sorprendió de que yo saliera del banco. Las rutas de autobuses habían tomado otras vías, por lo que decidí caminar desde ahí hasta el mercado Central. En el trayecto, observé a una pareja que caminaba con su hijo. Iban abrazados. El hombre iba en el medio, con su pañoleta roja en el cuello.Llegué a casa y encontré que toda la familia estaba atenta al televisor. Unos minutos después yo también lo estaba. Observé la firma del acuerdo de paz, los posteriores saludos y los aplausos de la concurrencia. Estaba muy emocionado. Comprendí que ese día la historia de nuestro país tomaba un nuevo giro."